La Catedral de la Diócesis de Asidonia-Jerez, se encuentra elevándose sobre la Plaza del Arroyo de la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz), fue construida sobre el lugar donde se encontraba la primitiva Mezquita Mayor de la ciudad, convertida en cristiana y dedicada a Nuestro Señor San Salvador desde los primeros tiempos de su reconquista a los musulmanes. Las primeras noticias sobre la Iglesia Colegial de Jerez se remontan al 23 de Septiembre de 1266, cuando el rey Alfonso X firmó un privilegio a favor del abad y los diez canónigos de San Salvador. Es la segunda de las seis iglesias fundadas en Jerez por el rey sabio. La primera es la de Santa María del Real del Alcázar jerezano.
La primitiva mezquita reorientada y consagrada fue sufriendo reformas que paulatinamente le hicieron perder su apariencia original de ascendencia islámica. La primitiva iglesia contaba de tres naves con torre y porche, cubierta por armadura de madera y tejado, con arcos interiores dentados, típicos del arte mudéjar; no esta claro si este templo era la antigua mezquita transformada o un nuevo templo que se construyó. De esta nueva fábrica de los siglos XV y XVI tan sólo se conserva actualmente la esbelta torre-campanario separada del resto de la construcción, con partes superiores góticas e inferiores mudejares que se habla era parte del antiguo minarete de la mezquita arabe.
EXTERIOR INTERIOR MUSEO
La antigua Iglesia Colegial del Salvador, dependiente desde un principio de la Archidiócesis de Sevilla, mantuvo esta categoría eclesiástica hasta que en 1984 Juan Pablo II elevase a Catedral el rango de su Cabildo, debido a la creación de la nueva diócesis jerezana el día 3 de marzo de 1980, siendo su primer obispo monseñor Rafael Bellido Caro, que tomó asiento en su cátedra el día 29 de Junio de ese mismo año. Como hemos dicho, tiene como titular a Nuestro Señor San Salvador, y celebrando su fiesta el 6 de agosto, día de la Transfiguración del Señor.
Se comenzó la construcción de la nueva fábrica a finales del siglo XVII, concluyéndose en el siglo XVIII, levantada entre los años 1695 y 1778, que auna los estilos gótico, barroco y neoclásico. Participaron en ella arquitectos como Diego Moreno Meléndez, Rodrigo del Pozo, Diego Díaz, Juan de Pina, Torcuato Cayón de la Vega, Juan de Vargas o Pedro Ángel de Albizu. Llama mucho la atención los arbotantes exteriores, que eran necesarios para mantener el peso. Se tardó muchísimo tiempo en acabar la obra. En gran parte, el dinero era el problema principal de las interrupciones. Por cierto que el evento de la Pisa de la uva se organice enfrente de éste no es casualidad: Se gravó un impuesto sobre el vino que ayudó a sufragar gastos de construcción.
Ya desde el XVI existía la idea de construir un templo de nueva planta más acorde con el rango de Colegiata e Iglesia Mayor de la ciudad que ostentaba, pero problemas económicos principalmente hicieron posponer la materialización de esta aspiración hasta que en diciembre de 1695, tras una larga serie de precariedades y reparos parciales, el edificio amenazase ruina. Así, la historia constructiva de la actual catedral se inicia cuando el arquitecto Diego Moreno Meléndez trazó su planta en 1695. Este maestro tuvo a su cargo las obras desde aquel año hasta su muerte en 1700. En dicha fecha le sustituyó Rodrigo del Pozo, que trabajó en la colegiata hasta 1705 en que quedaron paradas las obras por falta de fondos. Se reanudaron patrocinadas por el cardenal Manuel de Arias y Porres en 1715 bajo la supervisión de Diego Antonio Díaz y dirección de su hermano Ignacio, quienes prosiguieron la obra según el plan de Moreno Meléndez. A Ignacio Díaz se debe el grueso de la obra, dejando a su muerte en 1748, a pesar de los altibajos económicos sufridos por la fábrica, abovedadas las naves laterales y en línea de cornisa la mayor y de crucero. Un año más tarde, asume la dirección de la obra, tras ganar el concurso preparado para ello por el Cabildo colegial, el arquitecto Juan de Pina, que da nuevos planos para las bóvedas de la nave mayor y de crucero, que concluye con su muerte en 1778. Previamente, en 1772, Torcuato Cayón de la Vega da las trazas del cerramiento academicista de la cúpula - el tambor ya había sido realizado por De Pina- quién dejó al frente de dicha obra a Miguel de Olivares, que la finalizará un año más tarde.
La Catedral presenta al exterior una sugerente apariencia de naves que se escalonan a distinta altura, y contrafuertes, arbotantes y pináculos de progenie gótica que la recorren aportándole, junto con la cúpula del crucero, su sabor más particular y característico. En esta cúpula aparecen las esculturas de los Padres de la Iglesia, realizadas muy probablemente por escultor genovés Jacome Vaccaro.
EXTERIOR DE LA CATEDRAL
El templo presenta triple fachada. Está construido en la falda del monte que sube desde la plaza del Arroyo hasta el llano del Alcázar (hoy Alameda Vieja), donde se encuentra esta antigua fortificación.
Al exterior el templo presenta un aspecto de gran monumentalidad, a lo que contribuye la subida a ella por un reducto en forma de cuesta de estilo neoclásico, con suelo de ladrillo y barandal de piedra. Otro reducto rodea a casi toda la iglesia, enlosado en piedra y con balaustrada de lo mismo, rematada en bolas.
Las diferentes alturas de las bóvedas están compensadas por arbotantes y contrafuertes, de tradición estilística gótica, bordeando todo el perímetro de las bóvedas balaustres y murillos con airosos pináculos barrocos. Estatuas pétreas de ángeles coronan todas las subidas.
La cúpula presenta un cuerpo de luces octogonal sobre el que se construye una media naranja revestida de ladrillo fino y coronada por un linternón ciego. De él bajan unas aristas en ladrillo a cuyas bases se encuentran grandes estatuas en piedra representando a los Santos Doctores de la Iglesia Latina.
La cúpula fue trazada por Torcuato Cayón de la Vega en 1772 y la ejecución de las obras corrió a cargo de Miguel de Olivares, que las acabaría al año siguiente. Esta cúpula está rematada por las esculturas de ocho de los Doctores de la Iglesia Latina, cuyos nombres, según algunos investigadores son: San León Magno, San Gregorio Magno, Santo Tomás de Aquino, San Jerónimo, San Buenaventura, San Agustín, San Ambrosio y San Isidoro, realizadas, probablemente, por Jácome Vaccaro.
Observando las dos imágenes de la cúpula que están orientadas hacia la fachada principal, notamos que ambas ciñen la tiara papal. De la lista que manejamos tan sólo dos son papas, por lo tanto uno es San Gregorio Magno y otro San León Magno. No quedan restos en sus manos que nos permitan diferenciar uno de otro.
De las dos esculturas que dan a la fachada de la Encarnación, la de la izquierda luce unas alas por detrás, que le identifican como Santo Tomás de Aquino, conocido como "doctor angélico", además, le cuelga un medallón en forma de estrella en el pecho. El de la derecha es un obispo que sostiene en su mano izquierda un libro, como todos los doctores, mientras que la derecha está en actitud de escribir. Pudiera ser San Agustín.
Las dos imágenes que están colocadas en la parte posterior de la Catedral llevan vestiduras cardenalicias, como la muceta o esclavina y el capelo, y además, un libro. Dos de los que están en la lista son cardenales: San Jerónimo y San Buenaventura. El de la izquierda no lleva el capelo o píleo cardenalicio en la cabeza sino a la espalda sobre la muceta, como lo suele llevar San Jerónimo, así que debe ser él. El de la derecha viste doble ropaje: el hábito franciscano, con su cinturón de cuerda y, encima, la muceta de cardenal: es San Buenaventura.
La fachada principal presenta un triple pórtico empotrado en la construcción, siendo parejas en diseño las portadas colaterales. La Portada principal se construye entre los dos cilindros de las escaleras de caracol que dan salida a las terrazas y se coronan con dos pequeñas cúpulas sobre las que descansan imágenes de ángeles.
El pórtico tiene dos cuerpos. El bajo forma un gran arco de ingreso casetonado flanqueado por dos medias columnas istriadas con capiteles corintios y separado del alto por una cornisa o frontón curvo partido, en cuyo centro está el escudo de la Casa Real española, en recuerdo de la fundación regia del templo y de los libramientos de arbitrios por parte de la corona que ayudaron a su construcción. Sobre el dintel de la puerta principal, y entre columnas salomónicas, una hornacina muestra la escultura de la Inmaculada Concepción, en memoria del voto inmaculista del Cabildo, realizada por el escultor jerezano José de Mendoza sobre el año 1738. Tanto el cuerpo bajo como la parte superior presentan columnas de orden compuesto sobre plintos, estando éstos últimos más profusamente decorados que los inferiores.
El cuerpo alto es de gran diafanidad y, muy original en su composición. Se trata de un conjunto escultórico de gran calidad realizado por José de Mendoza entre 1737 y 1739. Se construye flanqueado por otras dos columnas similares a las del bajo y junto a ellas están adosadas las estatuas de Moisés y Elías, descansando las de los tres Apóstoles (Santiago, Pedro y Juan) sobre el frontón divisorio y la del Señor sobre una ménsula de nubes, y sobre la cornisa alta un frontón también curvado y partido enmarca la figura del Padre Eterno. Todo ello compone en posición marcadamente teatral la representación de la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor, Titular del templo. Está flanqueado en su parte baja por las imágenes de San Pedro y San Pablo y coronado por una serie de arcángeles en la superior. En el centro de este segundo cuerpo se abre un ventanal lobulado bordeado por triple moldurón.
José de Mendoza fue también autor de otras figuras complementarias, como ángeles, querubines, las dos sibilas recostadas sobre el frontón del cuerpo inferior y los remates y florones de toda la fachada. Las esculturas contaban con complementos metálicos parcialmente conservados, realizados por Vicente Sabariego, y policromía, corriendo ésta a cargo de Bartolomé Diego de Mendoza, hermano del escultor.
Las portadas colaterales, que estaban terminadas en cuanto a arquitectura en 1725, se enmarcan por pilastras con cajeado almohadillado con decoración de hojarasca. Sobre el dintel se ubica un altorrelieve - la Natividad en la portada derecha y la Epifanía en la izquierda -, y sobre éste un frontón curvo con el escudo de la ciudad y parejas de sibilas recostadas sobre el mismo. La labor escultórica de estas portadas colaterales, aunque concertadas con José de Mendoza debieron de ser, por su ejecución, obra de otro escultor, tal vez algún miembro de su taller.
En las fachadas laterales lo que destaca es el pórtico, también empotrado, de cada uno de los muros del crucero; este muro se apoya en dos grandes contrafuertes. Las portadas del crucero son semejantes entre sí, variando en ellas tan sólo el programa iconográfico. El diseño arquitectónico de éstas, que datan de finales del primer tercio del siglo XVIII, es complejo.
La fachada de la portada de la Encarnación presenta una composición barroca con pilastras jónicas junto a la puerta que, a su vez, están arropadas por dos columnas gigantes adosadas, de estilo corintio romano, que acaban en una sucesión de cornisas y un gran jarrón. La escena central, la Anunciación, está cubierta por un frontón triangular envuelto por otro curvo partido. Mucho más arriba, un óculo tetralobulado da paso a una cornisa rematada por una hilera de jarrones. Esculturas varias y escudos completan la fachada. Dos contrafuertes dejan sin respiración a la portada.
Sobre la puerta, en el dintel, vemos el escudo del Cardenal Arias, mecenas de la construcción del templo, envuelto por decoración vegetal y un haz de molduras mixtilíneas. El centro de la fachada es la Anunciación. El ángel llega y saluda a la Virgen: "Ave María", letras metálicas que están sobre esta escena. En la composición hay tres figuras. A la izquierda, según nuestra mirada, nos encontramos a la Virgen arrodillada, orando, meditando o leyendo, pues tiene un libro sobre la consola, y, gira su cara, sorprendida, hacia el arcángel que está situado a la derecha de la escena, arrodillado sobre una nube, con grandes alas, túnica y capa de pliegues agitados, no mezclados, propios del Barroco. Éste le anuncia el mensaje de Dios, en presencia del Espíritu Santo, que preside la escena en el centro de la parte superior en forma de paloma.
Uno de los elementos que forma parte de la iconografía de la Anunciación es el ramo de azucenas o un jarrón con estas flores. Aquí, en esta escena, el jarrón no se ve, sencillamente porque se rompió o desapareció, pero se encontraba en la parte delantera, a la izquierda, donde aún queda un resto de la base. La azucena es el símbolo de la pureza, debido a su color blanco. Haciendo alusión a la maternidad virginal de María, el arcángel de la Anunciación, San Gabriel, uele llevar una de esas flores. Igualmente se puede observar en la Iglesia de San Miguel un jarrón con azucenas en el gablete de la portada lateral de la Inmaculada.
Las imágenes de dos personajes, en hornacinas aveneradas, escoltan la escena de la Anunciación. Uno de ellos, el de la izquierda, tiene un libro en la mano y a sus pies, un perro un poco famélico, demacrado y tiene la boca abierta. El personaje de la derecha sostiene en sus manos a un niño pequeño.
El personaje de la izquierda va cubierto por un hábito de fraile, está tonsurado y luce una barba. Los atributos que le identifican son: el libro en la mano, la estrella en la frente (es pequeñita pero se puede apreciar), el tallo de lirio por su castidad (que estaría en su mano amputada), y un perro blanco y negro (en este caso no está coloreado porque la piedra es de un solo color) que aparece con la boca abierta porque sujetaba una antorcha encendida en las fauces (desaparecida).
A la derecha, San Antonio de Padua está representado con el hábito franciscano, con un cinturón o cíngulo, con la tonsura, con una rama de lirio, símbolo de la pureza, y con el Nino Jesús entre sus brazos.
En el tímpano triangular que cubre la escena anterior tenemos el busto de un anciano de largas barbas, que con la mano izquierda sujeta la bola del mundo, con una cruz metálica encima y, entre la mano derecha y la bola, se encuentra una cabeza de un ángel. Un triángulo metálico corona la cabeza del anciano; triángulo que representa a la Santísima Trinidad. Estamo, pues, ante la figura de Dios Padre Todopoderoso. Un frontón curvo partido envuelve al anterior y a un lado y otro se encuentran dos sibilas. La figura de la izquierda podría ser la sibila Cimeria porque se le relaciona con la Anunciación y sostiene unas ramas de olivo (tiene unas tiras metálicas en la mano). La de la derecha encajaría con la sibila Europea, cuyo atributo es una espada; ésta la tiene, símbolo de la matanza de los Santos Inocentes, pues fue ella la que preconizó la Huida a Egipto que evitaba la muerte del Niño Jesús.
En ellas, la puerta se abre entre pilastras jónicas, flanqueadas por columnas adosadas rematadas por jarrones. El segundo cuerpo se soluciona mediante un frontón curvo quebrado que acoje a otro triangular. En la portada de la epístola se representa en altorrelieve la Anunciación, flaqueado por las esculturas de Santo Domingo y San Francisco; en el tímpano del frontón triangular, Dios Padre, y sobre el curvo, dos sibilas. En la portada del evangelio se encuentra el altorrelieve de la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, flanqueadas por las esculturas de los esposos de éstas, San José y Zacarías. Estas esculturas pueden ponerse en relación con el círculo de Camacho de Mendoza, probablemente obra de su hijo José, quien, como quedó señalado, se ocupó de las esculturas de la portada principal. Ambas portadas se rematan con el escudo del Cabildo, y en las dos aparece igualmente el blasón del Cardenal Arias, mecenas de la construcción del templo.
En esta fachada del crucero, que da a la parte del evangelio, la de la portada de la Visitación, podemos ver una escena con tan sólo dos persona: la de la izquierda es una mujer joven, con la cabeza radiante y, a su lado, otra mujer, de aspecto algo mayor, en este caso nimbada. Se representa la visita que la Virgen María hizo a su prima Isabel. Las hornacinas de los laterales están ocupadas por dos figuras masculinas de aspectos muy parecidos: algo más maduro el de la derecha, ambos con barbas, con nimbos y ropas parecidas. La falta de atributos y de partes del cuerpo, como las manos podría dificultarnos su identificación. Pero si antes teníamos a dos mujeres y ahora a dos hombres, no es difícil pensar que son parejas, matrimonios. Así San José será el que esté mas cerca de la Virgen María, es decir, el de la izquierda, según miramos y el de la derecha el esposo de Santa Isabel, Zacarías.
En cuanto a las sibilas, la que se encuentra sobre la izquierda del frontón partido tiene en su mano un libro: es un atributo que todas llevan. La otra sostiene en su mano derecha la mitad de un objeto en forma ovoide, partido irregularmente, que algunos identifican con media hozaga de pan. Este atributo la identifica como la sibila de Cumas.
La fachada de la capìlla del Sagrario muestra un doble cuerpo formado el de abajo por pilastras pareadas estriadas con capiteles jónicos, que flanquean en el primer tramo la puerta de acceso y en el segundo un arco ciego adonándose la construcción con grecas.
Otros elementos destacados del exterior son la torre y el reducto. La primera es el único vestigio que queda en pie de la antigua colegiata. Estaba adosada a ella, pero en la nueva construcción quedó fuera del edificio del templo. De planta cuadrada, tiene un doble cuerpo que indica tiempos y estilos bien diferentes.
El primer cuerpo o parte inferior, si no es parte de la mezquita mayor, como se ha venido creyendo, es una construcción de como mucho el último tercio del siglo XV. La decoración es de estilo gótico con algunos rasgos del arte musulmán. Así aparece en sus cuatro ventanas, tres de ellas ciegas, cuyo tremolado ajimez muestra una crestería de gótico florido y un arrabá de delgadas cañas.
La parte superior o segundo cuerpo es añadidura de los siglos XVI y XVII, y es una triple construcción para cuerpo de campanas. Lo bordea una baranda o balcón de hierro sobre una amplia cornisa, que se repite en el segundo tramo, pero sin balcón corrido, sino con baranda en cada ventanal. El tercer tramo, del siglo XVIII, es un cupulín sobre cuerpo de luces octogonal. Cada una de las ventanas, en forma de arco romano, está flanqueada por medias columnas adosadas, adornadas con azulejos. Es también de azulejos el exterior de la bóveda o cúpula del tercer tramo. El aspecto actual de la torre se debe a Juan de Pina que la restauró en 1758.
En cuanto a los reductos que dan acceso al templo desde la zona del arroyo, ya en 1732 se compraron los terrenos delante de la fachada principal para conseguir que ésta quedase despejada visualmente, aunque no será hasta 1772 cuando Torcuato Cayón realizase los planos del actual reducto academicista, que llevó a cabo el arquitecto Miguel de Olivares asistido por Bartolomé Ximénez.
El reducto bajo es una doble rampa con una balaustrada de piedra y que presenta en el frontal del arranque un arco ciego en piedra con columnas corintias y un frontón triangular.
El reducto alto bordea la iglesia desde la puerta de Visitación hasta cerca de la de la Encarnación, dejando libre el pórtico central y es igualmente una balaustrada que se adorna con remates de bola.
INTERIOR DE LA CATEDRAL
La templo es de planta cuadrangular con el sólo saliente de la Capilla del Sagrario. Sus dimensiones son de 54 metros de largo por 41 de ancho. Tiene cinco naves y transepto, de diferente altura, la central es de 22 metros, las colaterales de 13 y las de junto a los muros de 8. En la intersección de la nave mayor y el crucero se alza la airosa cupula de 40 metros de altura, profusamente adornada por dentro con motivos rocallas, en cuyas pechinas aparecen representados los bustos de los evangelistas enmarcados por cartelas de estilo rococó.
En el interior, tanto las naves colaterales como las últimas se encuentran cubiertas por bóvedas de crucería simple con nervadura de piedra y plementería de ladrillo. Estos nervios son recogidos por baquetones que se prologan por los pilares como en los templos góticos. En cambio, en la nave central y de crucero, donde continúa el abovedamiento por crucería simple, están realizados integramente en piedra, con compartimentaciones geométricas, y retalles en los plementos alternando decoraciones de hojarasca con otras de gran plenitud, siguiendo modelos ornamentales desarrollados en la ciudad durante la centuria precedente, donde parten de una espléndida cornisa igualmente decorada, así como los arcos torales y los fajones.
Las naves laterales tiene los pilares en estilo gótico; la central y el transepto tienen medias columnas istriadas adosadas a los pilares y rematadas en capiteles corintios.
Este espacio interior está fuertemente acentuado por la suntuosidad y solemnidad que marcan, en las naves central y de crucero, las columnas adosadas de orden compuesto. La desconcertante diafanidad de la nave central es tan solo el fruto de dos lamentables intervenciones de reforma acometidas en el siglo XX. La primera de ellas fue realizada por iniciativa del entonces Obispo auxiliar de Sevilla don José María Cirarda Lachiondo, corriendo a cargo del arquitecto José Menéndez Pidal. En ésta, el prebisterio, que estaba ubicado en el primer tramo de cabecera se desmontó para ubicar en dicho lugar el coro, que procedía del primer tramo de nave inmediato al crucero. Esta intervención supuso además la desaparición del altar-templete que había diseñado en 1896, el arquitecto Francisco Hernández Rubio. Aún peores son los resultados de la reforma recientemente acometida bajo la dirección del arquitecto Pablo Diáñez Rubio, en la que se ha desmantelado el coro y se ha realizado un nuevo prebisterio en el espacio del deambulatorio.
Del nuevo prebisterio cabe destacar la sillería del coro desaparecido, que ha sido aqui reubicada parcialmente. Las sillas bajas son obra de Bernardo Serrano, realizadas entre 1757 y 1768, mientras que las altas, de estilo rococó, fueron diseñadas por Torcuato Cayón y ejecutadas en 1778 por el escultor genovés Jácome Vaccaro. Once de las sillas altas ostentan en su respaldo un medallón tallado en madera de ácana que representa las siguientes escenas: en la silla pontifical (actualmente cátedra episcopal), la Transfiguración; en la silla del abad (actualmente del deán), el Nacimiento de Jesús; en las siguientes sillas del lado de la epístola, la Epifanía, la Huida a Egipto, la Curación de la hemorroisa, y Cristo tentado en el desierto. En las sillas del lado del evangelio, la Visitación, el Sueño de San José, los Desposorios de la Virgen y San José, la Anunciación de la Virgen, y Jesús con la samaritana. En los pilares a ambos lados de acceso al presbiterio se encuentran dos imágenes de Jacome Vaccaro, una Inmaculada Concepción, de 1,62 metros, claramente de estilo italiano; y San José, anterior titular del Retablo donde se encuentra actualmente Nuestra Señora del Socorro. Esta imagen de San José mide 1,20 metros. Por último, reseñar que la mesa de altar fue diseñada por José Menéndez Pidal en 1965.
El testero de la nave colateral de la epístola está presidido por el Altar de la Inmaculada. Se trata de un retablo de la segunda mitad del siglo XVII, que tal vez sea obra de los hermanos Fernando Delgado y Bernardo Martín de la Guardia, que consta realizaron trabajos para la antigua colegiata, en la que este retablo estuvo ubicado. Se compone de un sólo cuerpo, dividido en tres calles por columnas salomónicas decoradas con pámpanos. En las hornacinas laterales se encuentran los patronos del Cabildo Colegial, San Juan Bautista y San Sebastián, realizados por el escultor flamenco Hernando Lamberto en 1592. El ático, también flanqueado por columnas salomónicas, lo ocupa una pintura de la Asunción, del circulo de Pablo Legott. La Inmaculada titular del retablo está catalogada como obra de escuela sevillana y principios del siglo XVII. Parece que fue delante de ella donde el Cabildo Colegial hizo voto de defender el dogma inmaculista en 1617. Presidía el actual retablo de San Juan Grande y posteriomente se ubicó en el desaparecido baldaquino del altar mayor. Actualmente está fuera de culto y de exposición por su mal estado de consevación. Ocupa su lugar una imagen de San Juan Grande, realizada por el escultor Damián Pastor en 1900.
En el testero del evangelio se encuentra el retablo del Cristo de la Viga, realizado por el entallador Agustín de Medina y Flores en 1741 para la capilla de este Crucificado en la antigua colegiata, que aún no se había derribado. En 1756 pasó al nuevo templo y en 1778 fue reformado por Jácome Vaccaro, quien le incluyó un pabellón y decoración rococó al colocarlo en su actual ubicación. Se trata de una interesante pieza barroca con soportes estípite diseñada con la finalidad de albergar el Cristo de la Viga, imagen gótica de la primera mitad del siglo XVI, relacionada con el círculo de Pedro Millán. El retablo también contaba con dos espléndidos ángeles lampareros, atribuidos a Pedro Roldán, que flanqueaban el crucificado, y que desaparecieron en la década de los setenta del siglo XX.
El templo - a excepción del sagrario - carece de capillas, aunque cuenta con altares adosados a los muros en las últimas naves.
Haciendo esquina, en el testero de cierre de la nave, está el Altar de San José, cuyo titular se encuentra actualmente situado en el pilar del lado de la epístola de acceso al presbiterio. Se trata de un retablo barroco con estípetes de la primera mitad del siglo XVIII que, como en el caso del inmediato del Cristo de la Viga, fue reformado por Vaccaro en 1778 mediante la inclusión de un pabellón. Actualmente se conserva en él, procedente de la iglesia del desaparecido convento de San Agustín, la imagen de la Virgen del Socorro, compatrona de la ciudad, realizada en terracota a finales del siglo XVI.
Contiguo a éste se sitúa el retablo neoclasico de Jesús Caído, de finales del siglo XVIII. Este retablo contiene una pntura anonima con la escena aludida de escuela sevillana del siglo XVII.
En el primer tramo pasado el crucero, se encuentra donde estuvo el Altar de Santa Catalina, un Retablo de Ánimas consistente en un altorrelieve entre estípetes, con la imagen de San Francisco alado intercediendo en la remisión de las almas. El altorrelieve, barroco, atribuido a Francisco Camacho de Mendoza, es de madera tallada y policromada dorada de 5 por 4 metros y procede del cementerio de Santo Domingo, donde se hallaba en 1909 y a donde llegó de la iglesia del desaparecido convento de la Vera-Cruz, para la que debió de ser ejecutado en la primera mitad del siglo XVIII. Fue donado por el Alcalde Manuel Cantos Ropero y colocado gracias a donación de José María Ruiz-Mateos. En la arquitectura de este retablo hacen acto de presencia los estípetes, desproporcionados debido a ese ensanchamiento en su tramo central, como es característico en mucho de los ejemplos que vemos en la retablistica dieciochesca jerezana. El lenguaje ornamental se ajusta por completo a las normas imperantes en el momento de su ejecución: hoja de cardo, querubines, veneras, colgantes de hojas, flores y frutas en las jambas, etc. Motivos de apariencia arcaizante, típicos del renacimiento, son las cabezas infantiles de las que pende un paño, que vemos sobre el medio punto del relieve. Según puede apreciarse falta el remate del conjunto. En este relieve existen tres registros, el superior compuesto por la Trinidad, Padre Eterno a la derecha, Cristo con la Cruz a la izquierda y el Espíritu Santo en forma de paloma en medio. El plano celestial se extiende en el centro de la composición, donde se dispone San Francisco en apariencia seráfica con cuatro alas, las superiores extendidas y las inferiores arrolladas al cuerpo; a ambos lados dos ángeles ocupados en el transporte de ánimas. En la base se encuentra el purgatorio. La simetría es principio rector en toda la composición. La insersión del retablo en un templo de la orden seráfica explica que sea San Francisco el intercesor entre la Trinidad y las Almas. Por lo que a técnica respecta pueden advertirse consonancias con el retablo de San Lucas, que nos hace pensar en la autoría de Francisco Camacho. La escasa resolución de la composición, aunque algo más animada por medio de abundante presencia angélica en el plano celeste, la rigidez de las figuras y tensión de los pliegues, como podemos observar en San Francisco, los rostros sin expresión, etc., nos remiten al estilo de este autor. Si nos fijamos existen analogías que avalan la atribución, por ejemplo, el ánima que en el retablo de San Lucas coge del brazo del ángel descendente, coincide por entero en su gesticulación y postura con la que toma del brazo San Francisco. Esquemas y ejecuciones muy semejantes presentan también las almas que se hayan a mayor altura en ambos casos, aunque invierten su sentido pues en el relieve de San Lucas se encuentra a la izquierda y en el del Salvador a la derecha. Sin grandes esfuerzos podemos encontrar semejanzas entre el rostro del Niño Jesús del primer ejemplo, y los angelitos que revolotean en la gloria del segundo caso. La posición de San Francisco sobre la nube, con la pierna izquierda arrodillada y la contraria ligeramente flexionada, remite a los abundantes ejemplos de ascensiones, éxtasis, etc., que encontramos en la pintura española a lo largo del siglo XVII. El ejemplo que analizamos está muy cercano al esquema que presenta el "Extasis de San Francisco" de la Catedral de Sevilla, obra de Francisco de Herrera el Mozo. En la imaginería de este retablo se puede apreciar el modelo físico repetido, con ligeras variantes, del San Francisco con Jesús del Prendimiento o el San José de la Parroquia de la O de Rota. La búsqueda de asimetría lleva a Francisco Camacho a colocar a veces un gran y rizado mechón sobre uno de los hombros, algo que podemos ver en la talla de Jesús del Prendimiento, en el San Miguel del retablo de ánimas de la iglesia jerezana del mismo nombre o en una de las ánimas de este retablo catedralicio. En otros casos, la frente aparece orlada por una sucesión de varios mechones, gruesos y desiguales como ocurre con varias ánimas de este retablo.
El siguiente es el Altar de San Pedro que consta de un muy deteriorado retablo rococó con la imagen del santo entronizado como papa en la hornacina central y los Mártires de Asta a ambos lados. El retablo fue realizado en el tercer cuarto del siglo XVIII a expensas del canónigo don Francisco González de la Vega, probablemente también por el citado Vaccaro.
En el siguiente tramo se encuentra el Altar de San Juan Nemopuceno, cuyo retablo policromado en tonalidades blancas y azules es de traza semejante al frontero, por lo que también ha sido atribuida su ejecución a Jácome Vaccaro y fechado hacia 1765. El titular del retablo está actualmente en el claustro del Patio de los Naranjos y su lugar lo ocupa una imagen del Beato Diego José de Cádiz (anteriormente se encontraba en él una Dolorosa). La iconografía la completan dos imágenes de pequeño formato, atribuidas a Vaccaro, de San Felipe Neri y San Carlos Borromeo (ambas imágenes miden 1,08 metros).
A los pies del lado del evangelio se ha creado recientemente con otro de los cerramientos laterales del coro un nuevo espacio semejante al descrito en el lado de la epístola, que como aquél, desvirtua y afea los pies del templo, En su interior se encuentra el Retablo de Ánimas, interesante pieza realizada en piedra en el año 1756, con zócalos de mármoles intarsiados del año 1765. La pintura central del retablo está actualmente en las dependencias del templo y en su lugar se ha ubicado la imagen de Cristo Resucitado, obra de Luis González Rey. En un lateral se ha ubicado el retablo del trascoro, una pequeña pieza rococó realizada por Jácome Vaccaro en 1778 que alberga una pintura de San Cristóbal.
En el primer tramo de la nave de la epístola se encontraba el baptisterio, aunque actualmente se ha cerrado en la última remodelación del interior con la colocación de uno de los laterales del cerramiento pétreo del coro diseñado por Torcuato Cayón y labrado por Jácome Baccaro en 1778. En el interior del espacio alli creado se conserva el frontal de una cajonera rococó del siglo XVIII y una pintura de Cristo en la Cruz firmada por Joaquín Domínguez Bécquer en Sevilla en 1844, procedente del desaparecido cementerio de Santo Domingo.
En el siguiente tramo se encuentra el retablo de la Flagelación, cuyo titular está en la Iglesia de San Juan Bautista de los Descalzos. Este retablo, realizado en el tercer cuarto del siglo XVIII, está atribuido a Jácome Vaccaro y en la actualidad conserva la imagen de la Virgen de Belén, procedente del desaparecido convento del mismo nombre. Se trata de una imagen de la Virgen sentada con el Niño Jesús en el regazo, obra de mediados del siglo XVII atribuida a Alfonso Martínez y repolicromada con motivos rocalla en la segunda mitad del siglo XVIII. Actualmente se encuentra junto a este retablo la pila bautismal procedente de la antigua colegiata y que hasta la reciente reforma se encontraba en el baptisterio. Se trata de una pieza de mármol donada por el canónigo Fernando Flores en 1548.
En el tramo siguiente está el Altar de San Caralampio con sencillo retablo neoclasico donado por la familia Martínez de Medina en los años veinte del siglo XIX. La pintura que preside el retablo, que representa el martirio de este santo, es obra del hijo de Juan Rodríguez El Tahonero, llamado Juan Rodríguez García.
Otros elementos dignos de mención en el templo son los canceles, vidrieras, el facistol y el órgano. Los canceles del crucero fueron contratados en 1780 por Manuel Ruiz Gallardo, tallados en pino en estilo rocalla, quien además realizaría los remates de las naves colaterales para unificar el conjunto. Tiene la iglesia cuarenta ventanales, que proporcionan una magnifica iluminacion natural a lo largo de la mayor parte de las horas de luz del dia; estos ventanales son unos con arcos rebajados y otros en forma de ojo lobulado. Veinticuatro ventanales tienen vidrieras polícromas con santos o escenas evangélicas y otros dieciseis son cristales trasparentes. Las vidrieras fueron realizadas en Tours (Francia) en la década de los ochenta del siglo XIX. Representan las de la nave central y de crucero al apostolado; sobre el testero de la nave del evangelio, el Ecce Homo; en el testero de la epístola, la Inmaculada; en el testero este, el Salvador; sobre la puerta de la nave central, San Miguel; y sobre las portadas de la Encarnación y Visitación, estas representaciones. El facistol, situado actualmente en la Antesacristía, fue realizado por Jácome Vaccaro junto con la sillería del coro. El órgano, ubicado en la aludida intervención de Pablo Diáñez sobre la puerta principal del templo, es obra del organero inglés John Bishop, quien lo realizó en 1850.
El Sagrario fue iniciado en el último cuarto del siglo XVIII, estando atribuida su traza al arquitecto Juan de Bargas, quien lo concluiría en 1801. En dicha fecha fue habilitado como sacristía provisional, uso que tuvo hasta 1820, cuándo tras las obras realizadas en él por José de Vargas comenzó a cumplir sus funciones de sagrario parroquial.
Exteriormente la capilla se reduce a una fachada neoclásica que se destaca ostensiblemente del resto del edificio tanto por su mayor altura como por el particular tratamiento estilistico del muro. Éste se articula en dos cuerpos divididos por una cenefa de ondas. A su vez, estos cuerpos quedan unificados por tres grupos de dos pilastras jónicas con guirnaldas en los capiteles, que son las que le imprimen su perfil más característico. No contó con puerta al exterior sus primeros años, pues hasta 1868, año en que el Ayuntamiento permitió llevar hasta el Sagrario la continuación del reducto, ésta no pudo ser abierta.
En su interior el espacio se distribuye en dos tramos, dividido por columnas adosadas de orden corintio, sobre los que campean bovedas vaídas. Esta capilla tuvo una decoración neoclásica que ideó el canónigo José Carlos Sanchez y cuya pieza fundamental fue el retablo que ejecutó Manuel Rodríguez Barreño entre 1822 y 1824 que contaba con capiteles tallados y una Fe realizados por Cosme Velázquez, así como un tabernáculo de jaspe hecho en Cádiz. Este retablo estaba presidido por una pintura de gran formato del Buen Pastor de Juan Rodríguez El Tahonero que actualmente se encuentra en la sala de sesiones. En el fondo superior de la pared cebecera del Sagrario, tapando un ventanal ojo de buey, se encuentra el Cordero Místico realizado también por el Tahonero, en Sevilla en 1824. Esta pintura supone uno de los pocos restos de la idea ornamental original, ya que a partir de 1890 la capilla fue redecorada, y lamentablemente este retablo fue desmontado para ubicar un templete neomedieval fabricado en Tolosa (Francia) y donado en 1892 por la marquesa de Domecq D'Usquain, doña Carmen Núnez de Villavicencio, cuyo cuerpo reposa a sus pies. Paradójicamente, este torpe y deslucido templete alberga en sí un espléndido tabernáculo del segundo tercio del siglo XVIII que fue donado al templo en 1771 por doña María Josefa López de Padilla. Se trata de una pieza de caoba forrada en plata realizada por el platero jerezano Pedro Rendón en 1756. La parte más interesante corresponde a la puerta, con dos tablas, en el exterior e interior que representan a San Juan Bautista en el desierto y San Antonio de Padua. Esta puerta, que presenta algunos trabajos en oro, fue realizada en México hacia la mitad del siglo XVIII, siendo pagada por un notario del Santo Oficio, según reza la inscripción que contiene.
Se encuentra en esta capilla el Panteón de la familia Domecq: un miembro de esta familia, don Pedro Domecq Lustau, donó las dos pinturas de la segunda mitad del siglo XIX del Camino del Calvario y el Descendimiento de Antonio Lara - copias de Franz Franken - para esta capilla y que hoy se encuentran en la Antesacristía.
MUSEO DE LA CATEDRAL
Las dependencias catedralicias se disponen tras el testero de éste. Fueron trazadas por Pedro Ángel de Albisu a finales del siglo XVIII, aunque la posterior dirección de obras por parte de otros arquitectos y la decadencia económica en que se encontraba sumido el cabildo colegial hicieron que dichos planes iniciales se ejecutaran con considerables mermas, quedando incluso piezas y zonas inconclusas. A estas dependencias se accede desde la iglesia por una portada neoclásica academicista de grandes proporciones. Esta tallada en piedra con numerosos motivos ornamentales de objetos litúrgicos, flanqueando el arco de medio punto central columnas pareadas de jaspe rojo, istriadas sobre plintos, rematadas por capiteles corintios de mármol blanco, entablamento con friso corrido y ático con pilastras corintias rematado por frontón curvo.
Fue diseñada por Miguel de Olivares en 1779 y construida en mármoles entre 1780 y 1784, correspondiendo a Jácome Baccaro, el bajorrelieve de la Transfiguración y las grandes figuras de Apóstoles que lo flanquean sobre la cornisa: San Pedro y San Juan a la izquierda y Santiago y San Pablo a la derecha. Sobre él un ventanal lobulado con una vidriera policromada mostrando la figura del Salvador. Su hijo, Pedro Vaccaro, hizo los capiteles y el maestro Simón Tintorel, las columnas. Se terminó en 1798.
La antesacristía, cuya ejecución fue dirigida por José de Vargas, es de planta rectangular con bóveda vaída realizada en ladrillo. En ella se encuentran ubicados los evangelistas marmóreos procedentes del anterior altar-templete, realizados por Ángelo Rocca en Carrara en 1907 según diseño de Francisco Hernández Rubio. Además de las pinturas de Antonio de Lara, procedentes de la capilla del Sagrario, existen también otras dos dignas de ser reseñadas: El cuadro del Martirio de San Lorenzo de El Tahonero firmado en Cádiz en 1810 (2,10 x 1,37 mts), que ocupaba un altar en el templo donde hasta hace poco se encontraba el de Santa Rita de Casia; y un San Caralampio, obra del hijo de El Tahonero, realizada en el siglo XIX.
A la derecha de la instancia descrita se encuentra la Sacristía Menor, sala rectangular que comunica con el Sagrario, cubierta con bóveda vaída con linterna. En este lugar se han dispuesto recientemente algunas vitrinas que conservan los ternos y ornamentos textiles de mayor valor.
Pareja a ésta es la sala del Tesoro, de arquitectura semejante aunque sin linterna. En ésta se ha instalado recientemente la parte pétrea central del trascoro proyectado por Cayón. En cuanto a la colección que allí se custodia destacan una pintura de la Inmaculada procedente de la donación Díez Lacave, obra de Francisco Pacheco de hacia 1620, y el lienzo de la Virgen Niña de Francisco de Zurbarán, que se encuentra en el templo desde 1756, cuando se hizo efectiva su donación por doña Catalina de Zurita y Riquelme. También es digno de reseña, en el apartado de pintura, la Virgen de Guía, obra del siglo XVI procedente del extinto convento de San Agustín. En cuanto a esculturas destacan la imagen de la Inmaculada del Voto, que ocupaba anteriormente el altar mayor del templo. Se trata de una escultura de escuela sevillana, adquirida por el cabildo en 1617; un San José del círculo de Cristóbal Ramos y otro con paños encolados de ascendencia napolitana, ambos del siglo XVIII; el Cristo llamado de Monseñor Bertemati, por haber sido propiedad de don Enrique Bertemati, de escuela castellana de principios del siglo XVII, y dos esculturas de la segunda mitad del XVIII atribuídas a Jácome Vaccaro; un San Juan Nepomuceno (de 1,33 mts. de altura) y el Niño Jesús que remata el facistol del coro.
Conserva la Catedral un gran número de piezas de platería de los siglos XVII y XVIII, muchas de escuela sevillana, cordobesa e incluso de procedencia hispanoamericana. Sin embargo, la mayoria son piezas jerezanas de plateros como Francisco Montenegro, Marcos Espinosa de los Monteros o Eusebio Paredes. De Francisco Montenegro son un grupo de atriles, cetros y un portapaz. A Eusebio Paredes, corresponde la arqueta del Monumento, de 1790, y el tabernáculo neoclásico, ya de comienzos del siglo XIX. De procedencia americana, de la donación de doña Josefa López de Padilla, es el manifestador, pieza anónima mexicana. Se conservan también un juego de lámparas realizadas en México en la década de los años treinta del siglo XVIII por el platero Diego González de la Cueva. Estas lámparas, que hasta hace pocos años se encontraban en el altar mayor, pertenecen a una tipología holandesa poco frecuente en España. Por último conviene también señalar la custodia procesional neobarroca del Corpus Christi. Se trata de una pieza de más de 350 kilos de plata y mas de tres metros de altura que sigue en cuanto tipología los modelos llamados "de torre" tan característicos de la plateria hispana. El proyecto fue encargado al arquitecto sevillano Aurelio Gómez Millán en 1947, correspondiendo el diseño de detalle al orfebre Cayetano González y la ejecución a Manuel Gabella Baeza. La custodia, que se estrenó en 1952, fue costeada por don Ignacio de soto Domecq.
La Sacristía Mayor, concluída en 1816 bajo la dirección de Pedro Ángel Albisu, es una pieza cuadrada cubierta con boveda de ladrillo vaída con linterna de piedra. Esta bóveda muere en los ángulos en unas cabezas de león que muerden argollas, realizadas en 1817 por el profesor de escultura de la Academia de Cádiz, D. Cosme Velázquez, que hizo igualmente los aguamaniles de mármol. Existen en esta sacristía dos grandes muebles cajoneros. Las cajoneras y las puertas corrieron a cargo del maestro tallista D. Manuel Rodríguez Barreño, en el año 1818. Las primeras son de caoba y en pìno las segundas. Un Crucifijo del círculo de Jorge Fernández Alemán, y el tenebrario rococó de caoba diseñado por el canónigo don Nicolás Ramón de Fata y ejecutado por Matías Navarro en 1757. También existen algunas pinturas de interés, como el grupo de El Salvador y Apostolado zurbaranesco atribuidos a Bernabé de Ayala y a Miguel y Francisco Polanco; un Descendimiento, obra manierista de principios del XVII; un Santo Tomás de Aquino del mismo siglo atribuido al circulo de Clemente de Torres; y la Inmaculada de escuela sevillana del siglo XVII atribuida a Pedro Núñez de Villavicencio.
Del inconcluso patio de los Naranjos, cuya construcción se debe a José Esteve y López en 1885, cabe destacar un relieve escultórico, procedente de la fachada del antiguo convento de Belén, de la Adoración de los Pastores, obra del siglo XVIII, y El Salvador que corona la fuente, realizado por el carrarés Angelo Rocca como remate del desmontado templete del altar mayor. Esta obra reproduce en mármol a la que diseñó Torcuato Cayón y ejecutó Vaccaro para el altar mayor desaparecido a principios del siglo XX.
Contigua a la capilla del Sagrario, pero con acceso desde la galería del patio, se encuentran un pabellón de dos plantas concluido en 1807 por José de Vargas. Este pabellón comprende en su parte baja el Salón de Sesiones y la Sala Capitular, y en la alta, la biblioteca. En la Sala Capitular los escaños de los canónigos son los sitiales del coro de la parroquia de San Lucas, cuyos respaldos relevados con el apostolado y los evangelistas, que están atribuidos a Diego Roldán, se encuentran distribuidos en ortras estancias, siendo el grupo más numeroso el ubicado en el salón parroquial. La sala está presidida por una pintura de la Inmaculada Concepción de escuela sevillana de finales del siglo XVII, pintura que, junto con El Martirio de San Esteban pintado por El Tahonero hacia 1822, es lo más destacado de este género que alberga la sala, ya que la colección de eclesiásticos históricamente ligados a la institución que en ésta se conserva carecen de mérito artístico. El Salón de Sesiones es similar arquiectónicamente, destacando entre sus cuadros los correspondientes a la producción de Juan Rodríguez El Tahonero: el Buen Pastor procedente del antiguo retablo del sagrario, y realizado en Sevilla en 1822: un San Caralampio firmado en Sevilla en 1824, encargado por la familia Martínez de Medina para el altar de este santo en el templo y que fue sustituido por una copia del hijo del pintor; y el lienzo oval que representa al Resucitado, firmado en Cádiz en 1815, que fue encargado por el Cabildo para presidir la Sala Capitular. Existen otros cuadros de autor anónimo y menor calidad procedentes del Seminario de Verano de Bonanza, así como una pequeña pìntura canesca de la Madre del Salvador de escuela granadina de la segunda mitad del siglo XVIII con espléndido marco rococó, procedente del retablo del lado del evangelio del cerramiento pétreo del coro desaparecido.
Sobre estas dependencias se encuentra la biblioteca, de similar arquitectura a la Sala Capitular pero con ventanas. Conserva el importantísimo fondo bibliográfico que el jerezano don Juan Díaz de la Guerra, que fue obispo de Mallorca y Sigüenza, donó a la Colegial en 1793. Este legado de más de cuatro mil volúmenes, que además incluía un interesante monetario, no llegaría a la ciudad hasta 1801, un año después de la muerte del donante, y de él se conservan aproximadamente la mitad de sus fondos. Destaca el Misale Mayorince, en vitela y miniado, realizado en Venecia por Juan Eymerich y Lucantonio Giunta en 1506, también cabe señalar por su rareza una colección de cartas en clave, de 1516, del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros a su secretario, procedentes igualmente de la misma donación.