La Iglesia Parroquial de San Miguel es una de las joyas de la arquitectura local, constituyendo, junto a la de Santiago, el máximo exponente de la arquitectura extramuros de la ciudad. El gótico, con magníficas aportaciones renacentistas y barrocos se enlazan y hermanan en este bello templo.
La iglesia de San Miguel es sin duda el edificio religioso mejor y más completo de la ciudad, por la importancia de su arquitectura y por la cantidad y calidad de su patrimonio artístico. Los orígenes se remontan a los tiempos inmediatos de la Reconquista de Jerez. A extramuros, cerca de la Puerta Real, en la segunda mitad del siglo XIII se construye una pequeña ermita bajo la advocación de San Miguel para conmemorar un miliagroso hecho de armas ocurrido en 1230. Su fundación como parroquia tuvo lugar en la década de los cuarenta del siglo XIV, cuando Alfonso XI, tras la Batalla de El Salado o tras la toma de Algeciras, le concedió este rango a esta pequeña ermita preexistente para atender espiritualmente a la gran población instalada en este arrabal extramuros. Nada de su fábrica actual denota su posible origen, como lo demuestra la perfección de la orientación de su eje Este-Oeste, pues, a diferencia de la Iglesia de Santiago, no hubo que aprovechar restos de edificios anteriores.
La iglesia de San Miguel se comienza a levantar en 1430 según el historiador Grandallana, aunque Lampérez la cifra a finales del siglo XV, y por la fecha de una lápida de mármol antaño existente en la puerta de la fachada gótica del evangelio (1484), cabe pensar que su construcción fue consecuencia de la súplica de la ciudad a los Reyes Católicos en la visita realizada por éstos en el año 1484 para la edificación de un nuevo templo en esta zona en la que la feligresía se servía de una antigua ermita. Sin embargo, la fecha indicada en la lápida se refiere solamente a la edificación de la portada, retrasándose el inicio del templo, cuyo estilo induce a pensar en fechas más avanzada. Rallón data la noticia de que en 1569 la iglesia ya estaba terminada en sus elementos fundamentales. Su construcción, no obstante, se prolongaría durante los siglos XVII y XVIII, dando lugar a un excelente conjunto de porte catedralicio donde se conjugan elementos propios del último gótico jerezano con otros del inicio y plenitud del renacimiento y del barroco.
EXTERIOR INTERIOR
Durante siglos, el barrio de San Miguel fue poblado por lo más selecto de la sociedad jerezana y en este contexto se comprende la riqueza de la iglesia que ha sido denominada "el canto del cisne" de la arquitectura jerezana.
De planta rectangular, el templo se divide en tres naves, la central más alta que las laterales, por pilastras de estilo gótico florido adornadas por doseletes de gran variedad entre sí, las más cercanas a la cabecera que se cubre con una magnífica bóveda de crucería, y de mayor simplicidad las que se encuentran cerca de los pies de la iglesia; y con un crucero que no sobresale en planta pero sí en altura.
Considerado como el mejor templo jerezano, se trata de una iglesia muy transformada, donde intervienen grandes maestros de la talla de Francisco Rodríguez o Diego de Riaño, y más tarde Hernán Ruiz II El Joven entre 1564 y 1568, a quien se debe la realización de su majestuosa Sacristía sobre una primera construcción de Martín de Gaínza, arquitecto mayor de la archidiócesis hispalense que trabaja en ella hasta su muerte, dejándola a la altura del entablamento. De planta cuadrada y bellas proporciones y muy relacionada con la sacristía mayor de la catedral hispalense, se coronada por una airosa cúpula renacentista con casetones y decorada con placas de pizarra, que da como resultado en su conjunto uno de los espacios interiores más logrados de la arquitectura renacentista andaluza.
EXTERIOR
Al exterior, la iglesia es de gran monumentalidad, destacando sus portadas de estilo gótico laterales, la del sagrario y la torre-fachada de los pies; aunque también contribuyen a esta apariencia los volúmenes de su cabecera y el trasdose de las cúpulas de la sacristía y el sagrario.
La espléndida torre-fachada a los pies de la iglesia, encastrada entre los dos cuerpos poligonales que contienen las escaleras de caracol de acceso a las bóvedas, es la segunda obra documentada en Jerez del arquitecto local Diego Moreno Meléndez, tras la torre de la Iglesia de Santiago. Fue iniciada en 1675, cuando comenzó su cimentación, y quedó concluida en 1702, aunque sería unos años más tarde cuando se labrase la cantería de la bóveda del pórtico. Su altura se distribuye en cuatro cuerpos de cantería de planta rectangular remetada por un chapitel poligonal revestido de azulejos. Concebido en el estilo del barroco sevillano afín al realizado en aquella ciudad por Leonardo de Figueroa, con quien colaboró. El primero de los cuerpos, principal de acceso a la iglesia, se configura como un gran pórtico con bóveda de cañón con arco de medio punto de dovedaje despiezado, cuyas jambas son pilastras almohadilladas. En esta embocadura de la puerta de acceso figuran talladas las efigies de los evangelistas (San Lucas, San Juan, San Mateo y San Marcos) y en el tímpano, San Pedro revestido como Papa, realizadas por Francisco de Gálvez, autor, a partir de 1677, de todo el programa escultórico de la torre. Este primer cuerpo aparece enmarcado exteriormente por pares de columnas toscanas profusamente decoradas, en cuyos intercolumnios se ubican hornacinas con cuatro esculturas que representan a alguno de los Padres de la Iglesia Latina (San Ambrosio de Milán, San Gregorio Magno, San Agustín de Hipona y San Jerónimo de Estridón). Se eleva en tres cuerpos más, sucesivamente retranqueados. En el segundo cuerpo, enmarcado por columnas de orden corintio, asimismo decoradas abundantemente, se abre un arco apuntado que cobija una hornacina avenerada con la imagen de San Miguel. Sobre estos dos cuerpos se alzan otros dos destinados a campanas. El tercer cuerpo se abre en tres arcos de medio punto, flanqueados por pilastras de ménsulas curvas y rematado por frontones triangulares y volutas; el cuarto, último, no corresponde en su integridad a la idea de Moreno Meléndez, ya que debió de ser reconstruido, junto con el chapitel, a raíz de su ruina por el terremoto de Lisboa de 1755, adquiriendo entonces su particular perfil de planta octogonal y rematado por un vistoso chapitel revestido por azulejos en azul y blanco. El remate original debió ser, como el de la torre de Santiago, piramidal y algo más reducido en altura. Con gran profusión decorativa en columnas y pilastras, esta torre-fachada es una obra muy imaginativa, plena de espíritu barroco.
De las portadas laterales está datada mediante una inscripción la del lado del evangelio, que se comenzó en 1482 y finalizó dos años más tarde. Entonces era maestro mayor de la Catedral de Sevilla Juan de Hoces, a quién se ha atribuido su traza. Se trata de una portada gótica de tipología borgoñona, abocinada, con gablete curvo, inscrita entre contrafuertes y decorada con esbeltos arquillos ciegos en su parte superior y cardinas en los arcos. La portada de la epístola, ya de las primeras décadas del siglo XVI, es de traza semejante a la anterior, aunque de más profusa decoración, basada ésta en cuadríforas inscritas en círculos que cubren la superficie plana de su peraltado tímpano y doseletes en los contrafuertes. Sobre el dintel de ambas portadas se encuentran sendas imágenes de San José, en la del lado del evangelio, y la Inmaculada, en el de la epístola, de escuela jerezana realizadas en el siglo XVIII y atribuidas a José de Mendoza. Ambas responden a la tipología borgoñona: se desarrollan entre los contrafuertes, están delimitadas por pilastrones laterales y se decoran con repisas y doseletes; el arco es apuntado, con un tímpano muy desarrollado, decorado con tracería y trasdosado por gabletes.
La Capilla del Sagrario tiene planta de cruz griega con perímetro central achaflanado con columnas pareadas de orden corintio. El centro se cubre con cúpula octogonal con media naranja y linterna, y los brazos con bóvedas de cañón. Se atribuye a Ignacio Díaz, sobre probable diseño de su hermano Diego Antonio Díaz, por entonces arquitecto diocesano hispalense. Construida entre los años 1718 y 1759, su estilo, al igual que el de la fachada principal del templo está asociado al barroco sevillano, tan pujante en aquella época.
El Sagrario constituye un complejo contiguo al templo construido durante el siglo XVIII, de gran interés arquitectónico y artístico. Sus trazas fueron dadas en 1717 por Ignacio Díaz de los Reyes, aunque en su construcción intervinieron, hasta 1770, fecha en que se concluyó y fue inaugurada, otros maestros como Juan Ximénez Alejandro y Domingo Mendoviña. En 1758 concluyeron los trabajos de albañilería, quedando por realizar el retablo, pinturas, esculturas y orfebrerías. Al exterior destaca la portada que comunica con el vestíbulo previo. Ésta, que estuvo policromada, se realizó entre 1733 y 1739 y compositivamente consta del acostumbrado baquetón mixtilíneo barroco que bordea jambas y dintel, columnas corintias y frontón partido, sobre el que se sitúan figuras alegóricas del Antiguo y del Nuevo Testamento. En un nicho central, presidiendo la composición, se encuentra la figura del Buen Pastor y, sobre ésta, la Fe acompañada de las alegorías de las Virtudes Eucarísticas del pan y del vino recostadas a sus pies. Estas esculturas son de una gran calidad y han sido certeramente atribuidas al escultor jerezano José de Mendoza. La fachada, que se yuxtapone al lateral de la capilla del Pilar, se completa con una cornisa quebrada en su parte superior que acaba en remates de diseño barroco y decoración vegetal muy menuda. La portada de la sacristía de la capilla a la antigua calle del Pópulo - actualmente integrada dentro del conjunto parroquial - responde al esquema acostumbrado de pilastras toscanas cajeadas sobre las que recae un friso de tríglifos y metopas con florones; remata la composición un frontón curvo partido con óculo circular central y ostensorio superior.
INTERIOR
El interior del templo es de planta de salón rectangular, de tres naves, siendo la central más ancha y alta que las laterales, como la nave de crucero, que queda inscrita en el rectángulo pero que adopta la anchura y altura de la nave central, y cinco tramos, mas cabecera poligonal. Los tres tramos más cercanos a los pies, construidos durante las décadas finales del siglo XV, se levantan sobre pilares de sencilla sección circular sobre los que se alzan bóvedas de crucería simple. Por el contrario, el brazo de crucero y la cabecera comprenden soluciones mucho más complejas con profusión de combados y terceletes. Los pilares de esta zona se encuentran profusamente decorados, desde sus bases hasta las bóvedas, con decoración de doseletes y repisas que recuerdan ciertas soluciones ornamentales del arte lusitano del momento. A los maestros Diego de Riaño, Martín de Gaínza y Francisco Rodríguez cabe atribuírsele el crucero y la cabecera con sus complejas bóvedas, profusas en terceletes y combados que lucen una decoración renacentista basada en roleos vegetales, putti y medallones de diversa temática. Tanto el crucero como el resto de las bóvedas estaban concluidos en 1565. Las capillas más primitivas son la bautismal del siglo XV, y la del Pilar, del siglo XVI. Como elementos añadidos posteriormente se destacan, en el lateral del evangelio, la Capilla Sacramental, con entrada desde la nave y desde el exterior, estando dotada de dependencias propias a las que se accede desde este mismo oratorio; y en el de la epístola, la Sacristía y la Antesacristía que también forman un núcleo casi independiente, con acceso desde el presbiterio y desde la nave. La iluminación de las naves se efectúa mediante dieciseis ventanas, con variadas y complicadas lacerías, realizadas algunas de ellas en la restauración del siglo XIX.
Las cubiertas del crucero y de la capilla mayor son bóvedas de gran complejidad, con predominio de líneas curvas, salvo en la capilla de la derecha que es estrellada. Los tramos de los pies se cubren con crucería simple.
Los pilares de este templo son dignos de una particular atención; comenzando por los de los pies observaremos que son cilíndricos sobre base poligonal, al que se adosan delgados baquetones, muy separados entre sí, rematando en capiteles anillados, al gusto renacentista. Los cuatro pilares del crucero son muy diferentes, de mayor altura y decoración desde las bases hasta las bóvedas con doseletes, cardinas y otras formas vegetales, molduras geométricas y animales, naturalistas o fantásticos. Sin embargo, todos son diferentes entre sí, siendo más cercanos al Renacimiento los de la epístola, donde toda una banda está decorada con motivos de candelieri que alternan con unas franjas puramente tardogóticas. Estas decoraciones pueden recordar las de San Juan de los Reyes de Toledo y también los pilares de la Catedral de Plasencia, sin olvidar los de la Iglesia de los Jerónimos en Lisboa.
La imagen interior debe mucho a la restauración en estilo acometida por José Esteve y López entre 1861 y 1896. En dichos años levantó la cal, reconstruyó la decoración de sus pilares y bóvedas, desmanteló el coro que ocupaba la nave central, retiró retablos e igualó el acceso a las capillas. También de este momento son las 23 vidrieras que decoran los vanos superiores de la nave central - con el apostolado - y el presbiterio - con San Miguel y San Gabriel - además de las que se insertaron entre la tracería gótica de los ventanales. Fueron fundidas en Tours (Francia) entre 1867 y 1869, según diseño del pintor sevillano José Jiménez Aranda.
Sabemos que la capilla mayor, con cornisas, pilastras y arco toral de fina decoración de candelieri renacentista, se estaba construyendo en 1536. De esta época es el primitivo retablo realizado en cantería, conservado parcialmente detrás del actual, en el que trabajaron entre otros, los escultores Jerónimo Hernández y Andrés de Ocampo. Hasta 1569 no se terminó el ábside por completo. A ambos lados de la capilla mayor hay dos columnas de fustes cortados que reposan sobre ménsulas en "cum-de-lampe" como en la Iglesia de Santiago.
El gran retablo mayor sobre ábside de cinco lados y todo en madera, levantado durante la primera mitad del siglo XVII, es la obra que aglutinó en la ciudad a un mayor número de artistas de importancia. Su génesis comienza muy a principios de la centuria, cuando Juan de Oviedo, Martínez Montañés y Gaspar del Águila - quien es pronto sustituido por Miguel de Zumárraga - firman el primer proyecto de retablo. Es en estos años cuando muy lentamente se van planteando las líneas generales de su estructura manierista, así como de la iconografía de éste. En origen el retablo iba a ser pictórico y de planta recta, pero en 1613 Juan Martínez Montañés queda sólo en su ejecución y lo replantea, haciéndolo de planta ochavada, ajustándose así a la forma del ábside, y proyecta altorrelieves para la calle central y lienzos para las laterales, que habrían sido realizados por los pintores Alonso Cano, Juan del Castillo y Francisco Pacheco. En 1641, Martínez Montañés traspasa la obra del retablo al escultor flamenco José de Arce, quien debería de concluir las escenas de las calles laterales - que ya no serían pictóricas - y algunas de las esculturas exentas. Con José de Arce, el manierismo del retablo montañesino se torna en barroco de influencia europea, que se refleja en un mayor movimiento de las figuras y en nuevos esquemas compositivos. Desde 1641 trabajará en el dorado Jacinto de Soto, uniéndose en 1654 el pintor Gaspar de Ribas, a quien parecen corresponder las dos grandes cartelas del banco.
De grandes dimensiones, el retablo cuenta con banco, dos cuerpos y ático divididos en tres calles cada uno. Compositivamente sigue modelos derivados de Palladio que Montañés ya había experimentado en el retablo mayor de San Isidoro del Campo de Sevilla. El retablo es, pues, eminentemente clásico, aunque denota en algunas de sus partes ciertos giros hacia el manierismo y el barroco. Sus calles se dividen por medio de columnas de orden corintio con fustes entorchados, mientras que los frisos que corren sobre ellas se dividen en triglifos y metopas; esta unión de órdenes, corintio y dórico, sería denominada orden salomónico.
Los tres relieves de la calle central fueron realizados por Martínez Montañés. Son un claro exponente del manierismo tardío que aún practicaba Montañés y sus seguidores. El principal, en el primer cuerpo, es la Batalla de los Ángeles, concluido en 1641. Representa el momento en el cual el Arcángel San Miguel expulsa a Luzbel y sus seguidores del Paraíso. Denota este relieve un profundo conocimiento de los cánones del mundo clásico, que se aprecia en la talla de las figuras desnudas, de acentuado manierismo. La escena de la Transfiguración, en el segundo cuerpo, de idéntica cronología que la anterior, representa el momento en que Jesucristo en el monte Tabor se mostró entre Moisés y Elías ante tres de sus apóstoles. Montañés aquí recurre al empleo tradicional de dividir la escena en dos registros: en el superior, Jesucristo entre Moisés y Elías, a izquierda y derecha, y en el inferior, San Pedro en el centro, con Juan y Santiago a ambos lados. La Ascensión, que corona el retablo, fue realizada hacia 1630 y muestra a Jesucristo en el momento de ascender al Cielo, bajo la mirada de once de sus apóstoles y la Virgen. El taller intervino predominantemente en los relieves de la Transfiguración y la Ascensión, entregados cuando Montañés se había desligado ya de la Parroquia: observamos escenas idealizadas, distribuidas en bandas paralelas, actitudes congeladas, rostros esquematizados y un total distanciamiento con el espectador. Es en el panel central de la Batalla de los Ángeles donde, aún haciéndose patente estas mismas características, la belleza de los desnudos diabólicos y la fuerza del Arcángel San Miguel, la revelan como una obra más personal, gozando de justa fama. De la mano de Montañés son también las dos Virtudes de la parte superior, las figuras de Santiago el Mayor y Santiago el Menor, que se encuentran en sendas hornacinas labradas en el muro, y los santos Pedro y Pablo, colocados en repisas sobre los dos pares de columnas exteriores del primer cuerpo. Estas últimas muestran un sentido más monumental en sus formas, sobre todo en lo que se refiere a la ejecución de sus paños. Estas imágenes de San Pedro y San Pablo son lo más vivo e individual que en este retablo dejó el escultor alcalaino. Sus actitudes mayestáticas, la elegancia de las manos que sostienen los atributos, el menudo plegado de túnicas y mantos y el cabello rizado en minuciosos bucles, convierten estas figuras en la imagen exacta de la atemporalidad espiritual de la Iglesia Católica.
Entre 1641 y 1645, Arce realizó los relieves de las calles laterales: Epifanía y Adoración de los Pastores en el primer cuerpo, la Encarnación y la Circuncisión en el segundo, así como las esculturas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista del segundo cuerpo, caracterizados, el primero como un asceta y el segundo como un iluminado; y las de los Arcángeles San Rafael y San Gabriel en las hornacinas del ático, próximos éstos a modelos berninescos. En los relieves y esculturas de Arce se aprecia, con respecto a los montañesinos, un innovador sentido barroco, ya sea en el propio estilo de tallar del flamenco, en el que se huye de la línea contínua jugando con los ángulos, como en la distribución de las escenas y sus centrífugos esquemas compositivos, donde los encuadres piramidales y en diagonal desempeñan ya un papel indiscutible. En los relieves rompe la disposición en bandas para mezclar rompimientos de gloria y coros de ángeles con las escenas terrenales, como ocurre en la Adoración de los Pastores, la Epifanía y la Encarnación. Estos rompimientos, compuestos por ángeles-niños y ángeles-mancebos entre nubes, tañendo instrumentos barrocos y cantando, son escenas festivas, de intensa alegría, a cuya representación estuvieron tan inclinados algunos artistas de los Paises Bajos. Caracteriza psicológicamente a los individuos que intervienen en las escenas y en la Epifanía se inspira en una obra de Rubens. En la Circuncisión, sitúa la escena en un interior de arquitectura clásica y, al considerarse como el Primer Dolor de la Virgen, prescinde del gozoso coro de ángeles.
En cuanto a la labor de policromar este retablo resumiremos diciendo que entre los pintores más importantes destaca Francisco Pacheco, quién sin duda se encargaría de una buena parte de los relieves de Montañés, ya que era el pintor que habitualmente trabajaba con él. En cuanto a la obra de Arce y a la terminación de lo que aún restase por hacer, fue Gaspar de Rivas quien, en 1655, daba fin a la importante tarea. Es importante resaltar la belleza con que en todas sus épocas fue realizada dicha pintura, primorosa hasta en los detalles más insignificantes de las figuras situadas en lo más alto: pequeños paisajes, personajes diminutos, escenas de género, florecillas y motivos vegetales, brocados y bordados de los vestidos. Como ejemplo mas accesible a la vista no hay más que observar las bellísimas tarjas, obra de Gaspar de Ribas, situadas en el banco de retablo.
Es probable que Hernán Ruíz II trazase las dos portadas gemelas del presbiterio: una de ellas, la del lado del evangelio, es falsa; la de la epístola conduce a través de una galería a la Sacristía. Su composición es de una gran sencillez, mostrando como única decoración las denominadas "bombas incendiadas".
En las escaleras del presbiterio se encuentran los ambones de hierro. Tienen planta poligonal, con una serie de balaustres divididos por tres franjas que van decoradas muy sencillamente con motivos florales. Las dos piezas fueron ejecutadas a partir de un único púlpito realizado entre 1667 y 1673 por José del Castillo, según diseño del arquitecto Diego Moreno Meléndez.
La primera capilla de la nave de la Epístola, es de testero plano, formando lo que se ha venido en llamar la Capilla del Socorro. Era en su origen propiedad de la familia Herrera de Cabra. Se cubre con una bóveda estrellada que fue construida en 1547 por Pedro Fernández de la Zarza, según reza en una cartela que se encuentra en ella ("Pero Fernandes me fecit. Anno 1547"). Éste fue autor también de la magnífica portada de la Capilla de Consolación del Convento de Santo Domingo. Esta bóveda, con numerosos nervios combados, alberga en su plementería un denso programa iconográfico desarrollado en figuras en altorrelieve de ángeles y querubines, así como una jarra de azucenas, que aluden a temas del humanimo cristiano. La bóveda la conforman figuras humanas, distribuidas en ocho parejas insertas en las nervaduras. Cuatro de ellas están ataviadas con túnicas o mantos, tres van desnudas y una pareja queda cubierta de vello. Todas portan símbolos relacionados con la iconografía medieval de la lucha entre el Vicio y la Virtud, temática que si bien continuaría en el Renacimiento, aquí resulta arcaizante por la técnica con que están ejecutadas. Sabemos que aunque la figura desnuda se representó durante toda la Edad Media, adquirió unas características similares a las figuras representadas en esta bóveda. Todas ellas responden a morfologías irreales, adaptadas al marco que las contiene, lejos del cuidado con que se reprodujo la figura humana a partir de los avances en los estudios renacentistas de anatomía. Destacamos que las figuras velludas simbolizan el motivo del Hombre Salvaje, personaje procedente de la literatura tardomedieval, que personificaba el "Deseo" en su faceta más bestial, como contraposición a otras parejas que portan atributos Eucarísticos. Su testero lo ocupa un retablo neoclásico policromado simulando mármol, fechable en torno a los primeros años del siglo XIX. Presenta un solo cuerpo donde, mediante un arco de medio punto y entre dos pares de columnas corintias, se encuentra la imagen de la Virgen del Socorro, talla del siglo XVIII atribuída a José Esteve Bonet. Cuatro lienzos ocupan el muro contiguo: el de gran tamaño de San Cristóbal, pintado por el mercedario fray Tomás de Palma a finales del siglo XVIII; una Piedad de fines del siglo XVI, San Francisco abrazando a Cristo del siglo XVII y un San Jerónimo, obra del siglo XIX.
La siguiente capilla es la llamada de Pavón. Es de planta cuadrada y se cubre con una bóveda de nervios combados. Seguidamente nos encontramos con la capilla de San Pedro y más adelante con la Bautismal que es la más primitiva del templo.
La capilla de los Pavón presenta por ingreso un arco rebajado que sirvió de modelo en la restauración decimonónica para diseñar el acceso al resto de las capillas. Es de planta cuadrada y se cubre con una bóveda estrellada de nervios combados, de la primera mitad del siglo XVI. En un lateral se encuentra el enterramiento del Caballero veinticuatro don Diego Pavón de Fuentes, sepulcro del siglo XVII realizado en mármol rosa, cuyo cerramiento cuenta con el escudo familiar flanqueado por cruces de Calatrava y una inscripción que nos informa de su muerte en 1650. Sobre este sepulcro se encuentra un interesante Crucificado anónimo de finales del siglo XVI. Preside esta capilla un retablo neoclásico, compuesto de mesa, un sólo cuerpo y ático, en cuya hornacina central se encuentra la imagen barroca de San José con el Niño Jesús, anónima, de la segunda mitad del siglo XVIII. Las calles laterales y el ático contienen lienzos con las representaciones de San Miguel, San Juan Bautista y Dios Padre en la parte superior. A la derecha se encuentra el lienzo de la "Virgen de Guadalupe apareciéndose al indio Juan Diego", obra del siglo XVIII. En el arco de ingreso a esta capilla se conserva un lienzo de la Virgen de la Salud, de autor anónimo del siglo XVII, que procede del altar que existió en el desaparecido Arco del Corregidor hasta 1868.
La capilla de San Pedro, situada junto a la puerta de la nave de la epístola, data de 1754. Pertenece a la Hermandad de Venerables Sacerdotes, cuyo titular, San Pedro, situado en un lateral, es una imagen de finales del siglo XVII del escultor de palacio de Carlos II, Enrique Cardón. El mobiliario neogótico de la capilla, fue realizado tras la restauración de ésta en 1879. Pequeños retablos neogóticos se encuentran en esta capilla. El retablo de San Antonio de Padua, el de la Virgen del Carmen, con una talla de finales del siglo XIX, flanqueada por dos esculturas de la misma época: el Sagrado Corazón de Jesús y el Sagrado Corazón de María, y el retablo de San Pedro.
A los pies de la nave de la Epístola se encuentra la Capilla Bautismal, sobresaliendo su volumen hacia el exterior. Su portada se relaciona con el estilo hispano-flamenco y es considerada como una derivación simplificada de la portada de la Parroquia del Sagrario de Málaga. La portada jerezana está muy cercana a la malagueña tanto en fechas (tercera década del siglo XVI), como en su posible autoría. La entrada, precedida de una reja neogótica, se hace a través de un arco campanel ricamente decorado que, aunque intensamente intervenido durante la restauración del siglo XIX, conserva las características del gótico florido de los primeros años del siglo XVI, cuando debió de ser ejecutado. Está coronado por una compleja moldura mixtilínea decorada con flores de lis y cardinas; lo delimitan dos pináculos laterales y una moldura horizontal formando alfiz; también se emplean motivos ornamentales de origen portugués. El interior se cubre de bóveda estrellada, con ligaduras y combados. Es casi plana, cuyos nervios parten en haces hacia las esquinas y doblándose en ángulo recto para combinarse en un complicado dibujo, propio del gótico tardío del Norte de Europa (comienzos del siglo XVI). Se sabe que sobre ella cayó el chapitel de la torre en 1755. Del interior tan sólo destacar la pila bautismal marmórea y un lienzo del Bautismo de Cristo en el Jordán, basado en una estampa de Cornelius Cort. Ubicada junto a esta capilla bautismal se encuentra una pintura de La Inmaculada acompañada de Dios Padre, Duns Scotto y Sor María de Agreda; fue realizada por Miguel de Luna en 1777. La portada de la escalera de caracol de acceso a las bóvedas es de estilo isabelino.
A los pies de la nave del Evangelio se sitúa el retablo de Ánimas, cuyas arquitectura se ha documentado recientemente como obra de Agustín de Medina y Flores, proponiéndose que la escultura del mismo se deba a Diego Roldán, habitual colaborador de este retablista. A su vez también se ha seguido considerando el relieve creación de Francisco Camacho de Mendoza, a excepción de la imagen de San Pedro, donde efectivamente se descubre la mano del imaginero sevillano y que se cree que es un añadido al proyecto original. Recordemos que en el mismo año en el que se hace este retablo (1740), Medina y Camacho iban a colaborar también en la realización de otro para la cofradía jerezana del Mayor Dolor, en la iglesia de San Dionisio. Fue realizado, pues, en el segundo cuarto del siglo XVII, como denota el uso de estipetes y la abigarrada decoración de hojas de cardo. El retablo está presidido por un gran altorrelieve con las ánimas del purgatorio y San Miguel ante la puerta del Cielo, en la que se encuentra San Pedro. En el plano superior se representa la Gloria, con la figura de Dios Padre en el centro. Es de destacar la verja que circunda el retablo, con calaveras, tibias y otros emblemas alusivos a la muerte. En el muro lateral cuelga la pintura de "La Oración en el Huerto" de finales del siglo XIX, obra de José María Rodríguez de Losada.
En la nave del Evangelio hay tres capillas. La capilla del Pilar se encuentra situada junto a la puerta del lado del Evangelio, a la que se accede a través de un arco rebajado, trasdosado por otro apuntado y decorado con cardinas. En su interior, cubierto por una bóveda de terceletes sexpartita estrellada de cinco claves de la primera mitad del siglo XVI, se encuentra el retablo neoclásico de fines del siglo XVIII, que preside la pequeña escultura de la Virgen del Pilar, obra de Cristóbal Voisin de 1556, procedente del desaparecido hospital del mismo nombre que existió en las inmediaciones de la Parroquia. El conjunto se remata por una pintura de la Virgen del Pilar de autor anónimo del siglo XIX. En el otro retablo, barroco, se encuentra la imagen de Nuestra Señora de los Reyes. En el lateral izquierdo se ubica un interesante lienzo de La caída de Cristo camino del Calvario. Éste, de procedencia desconocida, es obra del taller del pintor sevillano Juan de Valdés Leal, de la segunda mitad del siglo XVII, versión de la conservada en el Museo del Prado.
Le sigue la Capilla Sacramental, la más monumental y espectacular, obra del siglo XVIII. Desde el interior de la iglesia se ingresa al Sagrario desde el tramo del lado del evangelio correspondiente al crucero. Esta portada, realizada entre 1752 y 1754, está flanqueada por dos columnas corintias sobre basamentos con el tercio inferior diferenciado. Un gran arco se abre entre ellas con un baquetón mixtilíneo que lo acompaña adaptándose a su ritmo circular. Sobre el entablamento que asienta sobre las columnas se alza un frontón articulado de composición mixtilínea. Esta portada contiene un importante programa iconográfico eucarístico: así, además de los elementos alusivos al titular de la parroquia como las cruces aladas de los pedestales o la misma escultura de San Miguel que corona la composición, se encuentran las prefiguraciones eucarísticas constituidas por las esculturas del sacerdote Melquisedec y del Rey David, que se encuentran sobre los laterales del frontón, el relieve de la Santa Cena, el pelícano eucarístico de la clave del arco o la custodia sobre el dintel. Es de destacar igualmente que los batientes de madera de esta portada fueron ejecutados en 1759 por Andrés Benítez en estilo rococó.
El interior del Sagrario, que estaba casi concluido en 1744, a falta de linterna y decoración, es de cantería, de planta de cruz latina, con escaso desarrollo de sus brazos, ofreciendo una sensación de planta centralizada, organizada en torno a una cúpula con linternas, en donde figuran pintadas en óvalos las efigies de los evangelistas. Está labrada íntegramente en piedra, incluida la rica decoración que interiormente se distribuye a través de muros y cúpula, a base de hojas de acanto, tarjas, veneras y figuras de querubines. Su diseño arquitectónico acusa formas compositivas basada en la coetánea obra de la Colegiata, como las columnas adosadas de orden compuesto y las voladas cornisas, todo combinado con una profusa y menuda decoración de hojarasca tallada en la piedra que fue realizada entre los años 1753 y 1754. En su interior destacan igualmente las portadas gemelas que dan acceso a la sacristía y al vestíbulo con pilastras toscanas cajeadas sobre basamentos, baquetón mixtilíneo y frontón partido. Los batientes de dichas puertas, de estilo rococó, fueron realizados por el entallador Rodrigo de Alba en 1764.
La decoración interior del Sagrario contribuye sobramanera a convertir el conjunto en un espacio exquisito y refinado. En este sentido destaca el retablo-tabernáculo rococó de hacia 1768, que responde a un diseño muy particular de columnas rizadas y caladas y acusado barroquismo que aunque ha sido puesto en relación con algunos retablos existentes en la ciudad de Lebrija (Sevilla), bien pudiera atribuirse al círculo de Andrés Benítez. Las esculturas de las tres virtudes teologales (Fé, Esperanza y Caridad) que en él se encuentran fueron realizadas por el afamado escultor malagueño Fernando Ortiz en 1769 y la decoración de talla, esmaltes y espejos del arco en que se inscribe corresponden al artista local Juan Alonso de Burgos y el dorado, tanto del arco de la capilla que cobija el retablo como de éste, corrieron a cargo de Diego Losada entre 1767 y 1768. Además del retablo descrito, existen otros elementos que completan el conjunto, como el comulgatorio de jaspe rojo y mármol blanco realizado en 1763 y el frontal de altar de plata labrada con motivos eucaríticos realizado por el platero jerezano Francisco Montenegro Palomino en 1773. En su frente aparecen símbolos eucarísticos (haz de espigas, Cáliz con Sagrada Forma, pelícano con sus crías, Cordero Místico y racimo de uvas). También en este sentido cabe destacar los magníficos ángeles lampareros ubicados a ambos lados de la embocadura del arco que cobija al retablo que fueron realizados hacia 1770 por Fernando Ortiz. Por último, de las otras dos estancias, diremos que la sacristía, de planta rectangular y cubierta de bóveda esquifada plana, no reviste especial interés. En cambio, el vestíbulo presenta una bóveda de nervadura estrellada con combados, rematada por una linterna central, constituyendo una particular combinación estilística barroco-gótica.
La siguiente capilla, al fondo de la nave del evangelio, es la de los Ceballos o de la Encarnación, donde estuvo primitivamente el Sagrario. Se accede a ella a través de una potente portada cuyo estilo manierista la encuadra fechada en 1584 y es obra de Pedro Díaz de Palacios, Maestro Mayor del Arzobispado de Sevilla. Muestra un orden rústico muy sutil, articulado mediante un almohadillado de escaso relieve. En el entablamento centra la composición el motivo de la Custodia sostenido por dos ángeles niños de inspiración miguelangelesca. Sobre la clave del arco destaca un mascarón, motivo relacionado con el mundo de lo irracional y que suele emplearse como ornamentación propia del orden rústico. Al interior, el espacio rentangular de la capilla se cubre por bóveda de cañón encasetonada de la primera mitad del siglo XVI. Cuenta con un retablo moderno realizados con restos de otros del siglo XVIII. Alberga la imagen de María Santísima de la Encarnación, titular de la Hermandad, obra realizada por Antonio Castillo Lastrucci en 1929. En esta capilla se encuentra un interesante lienzo de Jesús con la Cruz, del siglo XVII, y una escultura de San Cayetano, de autor anónimo del siglo XVIII.
La cabecera de la nave del evangelio es la Capilla del Santo Cristo, que fue enterramiento de los Pastrana y que hasta la construcción del sagrario en el siglo XVIII contaba con altar dedicado a la reserva eucarística. Destaca su bóveda, en cuyos cuadrilóbulos formados por el particular diseño de sus combados se insertan cuatro medallones con decoración de roleos renacentista que se puede poner en relación con el resto de obras del crucero, y por tanto, con maestros como Diego de Riaño y Francisco Rodríguez. El testero lo ocupa un retablo, gemelo del anterior de la epístola, donde se encuentra el Santo Crucifijo de la Salud, una excelente escultura atribuida a José de Arce, que lo habría realizado a mediados del siglo XVII. Titular de la Hermandad que radica en la iglesia, es un Cristo muerto, de tamaño natural, de tres clavos, que presenta la particularidad de tener estofado el paño de pureza. Este retablo está coronado por una pintura de la Virgen de las Angustias de autor anónimo del siglo XVIII. Junto a la puerta de la Capilla Sacramental se encuentra una pintura de autor anónimo del siglo XVIII que representa a Nuestra Señora de la Soterraña, imagen que se venera en la Iglesia parroquial de Santa María la Real de Nieva (Segovia).
Se accede a la Sacristía desde la iglesia mediante la portada de la Antesacristía, obra renacentista de mediados del siglo XVI. Sobresalen en su configuración sus columnas jonicas sobre plintos que sostienen el entablamento y el balcón abierto sobre ella en el siglo XVIII. Muy interesantes son asimismo la rica decoración de relieves con tema de grutescos, la máscara en la clave del arco y los batientes de madera fechado en 1564, con decoración de tarjas, en la parte inferior, y las escenas en altorrelieve de la Anunciación y la Adoración de los pastores, en la superior. Por el momento, se ignora el autor y procedencia, aunque el conocimiento de estampas o mobiliario flamenco por parte de su autor es evidente.
La Antesacristía, de planta rectangular, presenta una bóveda de medio cañón casetonada donde se inserta decoración típicamente renacentista donde se muestra una serie de relieves donde se muestra todo un repertorio de cueros recortados, tarjas, herrajes y piedras talladas como joyas engastadas. En el casetón central se encuentra un relieve de San Miguel representado como Pesador de Almas, iconografía relacionada con el Hermes Conductor de Almas (Psicopompos) griego; el Arcángel fue muy representado de esta forma durante la Edad Media.
La Sacristía es uno de los espacios más interesantes, pese a sus pequeñas dimensiones, del Renacimiento andaluz. Fue trazada e iniciada por Martín de Gaínza (Maestro Mayor de la Catedral Hispalense desde 1535 hasta 1557) a mediados del siglo XVI, quién pudo dirigir la obra hasta llegar a las cornisas, y concluída por Hernán Ruíz II en 1564. Éste también fue Maestro Mayor del Arzobispado de Sevilla desde 1557 hasta su muerte en 1569. Tiene planta cuadrada con mayor profundidad en uno de sus arcos torales donde aparece la fecha de conclusión de su fábrica, 1564. Esta estructura es similiar a la que presenta la de la Catedral de Sevilla. En uno de los frentes hay un retablo de piedra que está decorado con pinturas murales con los Atributos de la Pasión, enmarcando la imagen de un Crucificado del siglo XVI. En los otros dos frentes se encuentran las cajoneras, talladas por José de Santiago en 1725. La decoración escultórica de los querubines que la adornan y las imágenes del Ecce-Homo y la Virgen fueron realizadas por Diego Roldán en 1733. Sobre estos muebles y adecuándose a los arcos del muro se encuentran dos lienzos de finales del siglo XVII que representan la Batalla de los Ángeles y Jesús ante los doctores. También destacar el magnifico cancel del siglo XVIII, realizado en madera de pino, cedro y ébano. El orden arquitectónico utilizado es el compuesto, decorándose las enjutas de los arcos torales con tondos de los Padres de la Iglesia y de los Evangelistas en las pechinas de la bóveda, programa iconográfico similar al de su modelo hispalense. A partir de las cornisas el orden constructivo es muy diferente, acorde con la personalidad artística de su responsable. Sobre éstas, podemos apreciar como en cada uno de los lados del cuadrado se inserta un ventanal encuadrado por pilastras, dos de ellos fingidos mediante trampantojo; uno de éstos está flanqueado por óculos, motivo que aparece representado en el "Manuscrito de Arquitectura" de Hernán Ruíz. En sus cuatro esquinas las medias columnas de orden compuesto sostienen el entablamento en cuyo friso aparecen tallados parejas de ángeles con atributos pasionistas y escenas del mismo tema. La cúpula, sobre pechinas con los evangelistas, se decora con casetones, realzados con incrustaciones de cerámica azul, motivos ornamentales también usados por Hernán en el cuerpo de campanas de la Giralda, su obra más conocida. El tondo de la clave contiene un relieve de Cristo bendiciendo. Por último señalar la galería que comunica el presbiterio con la sacristía, que presenta bóveda de círculos tangentes dispuestos según una complicada trama geométrica.
Bien de Interés Cultural, esta iglesia de San Miguel fue declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931. En su interior se encuentra un valioso conjunto de piezas mueble, en su mayoría barrocas. Destacan el Santo Crucifijo de la Salud atribuido a José de Arce, el tabernáculo de la Capilla del Sagrario, obra del siglo XVIII relacionado con los trabajos del ensamblador local Andrés Benítez, o la custodia procesional labrada por Juan Laureano de Pina en el siglo XVII.
Otras obras dignas de mención son el interesante lienzo del taller de Zurbarán que representa en trampantojo la Santa Faz, versión del que se conserva en el Museo Nacional de Estocolmo; y los canceles barrocos de madera de las puertas del evangelio y la epístola que fueron hechos en 1778 por el escultor de origen italiano Vicente Cresi. El cancel de la puerta principal y el órgano superior fueron instalados aquí tras las restauraciones, a finales del siglo XIX. Son de estilo neogótico y fueron diseñados por José Esteve y López, ejecutándolos el carpintero Francisco Dávila Lozano con la colaboración del escultor alicantino Vicente Bañuls Aracil, quien llevo a cabo las esculturas de ángeles que los adornan.